Christian Plebst: "El ritmo de vida actual es tan intenso que el mindfulness debería ser una práctica cotidiana, como lavarnos los dientes"
Lo dijo en diálogo con Infobae Christian Plebst, médico psiquiatra y director para América Latina de la Academia de Enseñanza Consciente. El doctor reflexiona sobre las técnicas de atención plena para vivir en “un mundo donde estamos sobregirados con la cantidad de estímulos disponibles”. Los beneficios neurocientíficos del mindfulness/s3.amazonaws.com/arc-wordpress-client-uploads/infobae-wp/wp-content/uploads/2018/08/31173714/mindfulness-3.jpg)
Por Ana van Gelderen
El
mindfulness es una práctica milenaria, pero además la tercera ola de la
psicología. "Tiene más de 5000 años como ejercicio espiritual, pero
evidencia neurocientífica desde 1970", asegura Christian Plebst,
médico psiquiatra y director de la Academia de Enseñanza Consciente en
Latinoamérica. Y así define el término en castellano: "La atención plena
es estar presente, con atención deliberada, tanto al
mundo exterior como a los pensamientos, emociones y sensaciones que se
van generando dentro de uno, con una actitud amable y bondadosa hacia
uno mismo y hacia el otro".
–Es decir, ¿no estresarse con los problemas?
–El
mindfulness a veces se confunde con no reaccionar o no juzgar. Pero no
tiene que ver con eso. La mente juzga. Sin embargo, nosotros podemos aprender a observarla.
Saber que tenemos pensamientos, pero que no somos sólo esos
pensamientos. A medida que practicamos la atención plena, nuestros
pensamientos se determinan mucho más por cómo nos sentimos.
–Entonces es una técnica para sobrellevar mejor la vida…
–Con la práctica puede convertirse en una manera de ser,
de tomarse la vida. Es una herramienta para ver lo exterior, pero
además tener una mirada interna sobre aquello que estamos viviendo. Hoy
sabemos que el 90% de las personas tiene pensamientos negativos hacia
uno mismo como la escasez o la incapacidad.
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–¿Y cómo viene a revolucionarnos el mindfulness?
–Decimos que es la tercera ola de la psicología porque introduce una nueva variable: la metacognición.
Es decir, ver la cognición por encima de ella misma. Ser un testigo de
mí mismo, mientras vivo. Pausar y ver qué me digo la mayor parte del
día. Entonces poder discernir cuánto de eso es parte de un paradigma
autoexigente, comparativo y competitivo que para mí es automático.
–Pausar para preguntarme qué pienso.
–Claro. Darme cuenta de qué quiero para mí. Discernir entre lo que realmente deseo y lo que la cultura me impone: tener tal auto; casarme con tal persona; tener un hijo a tal edad; o acceder a tal puesto. Es una invitación a una vida menos automática.
Más conectado con uno mismo. Y con una verdadera sincronía entre el
pensar y el sentir. Si uno tuviera que resumir lo que nos aportan las
neurociencias y el estudio de las prácticas contemplativas, diría que
gran parte de nuestro bienestar tiene que ver con cómo nos tratamos y
qué nos decimos. Si no estamos atento a lo que pensamos, la vorágine de
hoy lo distorsiona todo. Por eso el mindfulness es hacer más integral el
hecho de estar viviendo.
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Para el especialista, cuando se empezó a hablar de la psicología positiva o cognitiva "se dijo que uno podía cambiar la tendencia y los pensamientos". "Hoy el mindfulness está vinculado con un proceso que no juzga,
sino que contempla. Y este tipo de prácticas invitan a la comprensión
del desarrollo de la atención, la regulación emocional y la imagen que
tengo de mí mismo. Por ejemplo: 'Yo soy Christian, médico, psiquiatra.
Estoy casado y tengo dos hijos'. Sin embargo, eso es solo una parte de
quien soy. Tengo además pensamientos e instancias pasadas. Pero no solo
una historia, sino que emociones y una manera de tomarme la vida. Muchos
crecemos con una educación basada en tener que ser alguien", aseveró.
–¿Una educación basada en logros y apariencias?
–Que
para ser aceptados, tenemos que tener cosas y hacer cosas convalidadas
socialmente. Cuando debería ser por el hecho de haber nacido. No tendríamos que hacer algo para demostrar lo que merecemos. El amor debería ser independiente del logro.
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–¿Esto tiene que ver con calmar ansiedades en cuanto a ser y tener tal o cual cosa?
–Cuando yo soy –en el sentido más verdadero– quiero muchas cosas pero no las necesito.
Si no, vivimos en un paradigma donde tengo que demostrar, pero nunca
termino de hacerlo. Tenemos una ansiedad de base que cada vez que obtuve
lo que quise, me pide otra cosa. Parte de esta sociedad de consumo e intercambio mercantil (ni
bien, ni mal, es así…) nos lleva a buscar el bienestar afuera, cuando
en realidad tenemos capacidades internas de generar un bienestar
superador. "Quiero una Ferrari, pero soy el mismo con o sin mi Ferrari".
Porque con el mindfulness hay un uso neurofisiológico de mi cuerpo
vinculado al contacto entre mente, cuerpo y corazón, mientras estoy
viviendo. Y no es porque me repita: "Estoy bien" o "Soy bueno" o "Soy
inteligente".
–¿Cómo se puede empezar a practicar?
–Aprendiendo
a parar y conectar con la experiencia, varias veces al día, de manera
formal e informal. Sacar la atención de la mente, que habla, habla y
habla todo el tiempo. Para así despertar otras maneras de estar: el
sentir. Yo trabajo en una organización que se llama Vivir agradecidos, que sigue las enseñanzas de un monje benedictino de 93 años, David Steindl Rast. Propone una práctica llamada Stop, look and go (pará, mirá y seguí). Detenernos por ejemplo antes de abrir esta botella.
–Algo así como centrarnos en el aquí y ahora…
–Claro.
La mayoría de nosotros estamos acá, en cuerpo, pero nuestra cabeza está
en la reunión de las tres de la tarde en otro lugar. Vivimos
sobregirados, eso no está mal… Pero vivimos en una cultura que hiperdesarrolla las capacidades de la razón,
y no las capacidades del corazón, ni la sincronía con el cuerpo como
dice el Dalai Lama. Cuando en realidad, si ahora yo te creo o no tiene
más que ver con lo que estoy sintiendo que con otra cosa.
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–¿Con la inteligencia emocional?
–Tal cual. Que está relacionada con la intuición. Por eso tenemos que dar un salto cualitativo:
aprender a pausar para descentrarnos y tomar perspectiva. El
mindfulness te permite ser consciente de que la vida es más simple que
personal. Y esto no tiene que ver solamente con la espiritualidad, sino
también con las neurociencias que le dieron sustento.
Porque después del Renacimiento, perdió fuerza lo que decían los
monjes, desde la filosofía, la religión o la espiritualidad de la Edad
Media. La civilización empezó a necesitar de la ciencia para creer y
entonces se descubrió que nuestro cerebro se ejercita como un músculo.
–La ciencia llegó para comprobar ciertas verdades.
–Sí. Hay un médico, John Kabatzinn,
que en base al yoga y a la contemplación armó un módulo de mindfulness
de dos horas y media durante ocho semanas. Tomó un grupo de adultos con
infarto de miocardio, midió sus factores biológicos y psicológicos
previos a hacer el curso. Después de hacerlo, notó tanto en el cortisol
como en otras hormonas, que mejoraba significativamente su estado de
salud y bienestar. Antes, todo se mejoraba con psicofármacos o
psicología que no era eficiente.
–¿Qué lugar juega la meditación dentro del mindfulness?
–Meditar
es una de las prácticas de la atención plena. Hace bien, como el
deporte, pero tiene muchas maneras. Y puede estar basada en un mantra o
en la contemplación de una vela, por ejemplo.
–Algo que puede resultar difícil en esta era de sobreestimulación, sobre todo pensando en las nuevas generaciones…
–Tradicionalmente,
las prácticas contemplativas eran solo para adultos. Como los bebés y
niños aprenden por imitación, si el adulto es seguro de sí mismo, clamo y
coherente emocionalmente –pensar, decir y hacer– el niño probablemente
también lo sea. Lamentablemente, el ritmo de vida actual no es
congruente con nuestra biología. Por eso se están generando bebés súper
alertas. Estamos seteando niños con problemas de hiperactividad y falta de atención.
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–¿Cuánto tienen que ver con esto las pantallas?
–Los
serenan de manera efectiva pero virtual. Las pantallas sobreestimulan
el sistema visual, le dan placer, sin sentido ni propósito. No enseñan
nada, ni los ayuda a construir su interioridad. Y cuando se apaga, los
deja en crisis. Un niño tiene que hacer cosas, tolerar la frustración y
postergar la gratificación para construir algo que después le hace bien.
La pantalla es gratificación inmediata.
–¿Usted diría que el mindfulness se convirtió en una necesidad de los tiempos que vivimos?
–Hace
treinta años no se hablaba tanto de mindfulness, porque el ritmo
interno y externo estaba regulado. Ahora, estamos sobregirados con la
cantidad de estímulos disponibles. Desde el auge de las
telecomunicaciones –que empezó en los años ochenta con la televisión por
cable– aumentaron las diagnósticos de TGD y trastornos del aprendizaje,
el lenguaje y la conducta. No podemos correlacionarlo directamente,
pero es un factor de riesgo.
Hoy los adultos están sobreestimulados y buscando la satisfacción en el afuera. El mundo se volvió VICA: volátil, incierto, complejo y ambiguo.
Todo está tan disponible, que todo cambia. Hace unos años, abuelo,
padre e hijo tenían la misma cultura. Hoy mi hijo vive cosas que yo en
mi vida experimenté. Su conocimiento se duplica cada seis meses. El tema
es que el verdadero ser no está basado en el saber, sino en cómo estoy
ante la incertidumbre y conmigo mismo. Volviendo a los griegos, lo
primero es saber quién soy. Y eso que parece una entelequia, quiere
decir que mente, cuerpo y corazón estén en sincronía.
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–¿Parar para lograr esa conexión?
–Las
prácticas meditativas son una técnica cognitiva para volver a habitar
el cuerpo. Se practican tomando decisiones. "Voy a relajar mis músculos"
o "Voy a respirar". Y después sí, retomar la conversación con otra
actitud. Cuando aprendés a contemplar y lo hacés formalmente cinco, diez
o quince minutos a la mañana y a la tarde, naturalmente te vas
sintiendo mejor. Y, de nuevo, todo esto es neurofisiológico, ni
religioso, ni espiritual. Tiene que ver con pasar del sistema simpático
(que es el competitivo, el de la alerta) al parasimpático. Menos de la
amígdala a lo insular y prefrontal. Se va notando… De hecho tres
respiraciones ya te conectan con lo parasimpático. Y cuanto más lo
practicás, más perspectiva tenés.
–¿Cómo podemos aplicar esto a la crianza de nuestros hijos, entonces?
–No
sabemos qué mundo le va a tocar a un chico que hoy está en sala de
cuatro y que en el 2040 va a tener veinticinco años… pero seguro que va a
tener que prestarle más atención a sus pensamientos y a sus emociones.
Para sobrevivir en un mundo VICA va a necesitar de la resiliencia, el trabajo en equipo y saber que la inteligencia es un fenómeno colectivo.
No es una cuestión de contenidos, sino de cómo se busca la información y
se trabaja en equipo. Somos más inteligentes, si somos todos juntos y
no individualmente.
–¿Es decir que no pasa por darle más conocimientos a un chico?
–Eso aumenta la brecha, la falta de inclusión y la desigualdad en el
mundo. Hay un quiebre de la biodiversidad. Cuando uno aprende a
conectar con el cuerpo, despierta un fenómeno de humanidad compartida.
Entonces no me tienen que enseñar que tengo que ser sustentable, sino
que no se me ocurre no ser sustentable. Porque la tierra es mi hogar y
me siento parte.
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–Entonces, si lo que hace falta es mindfulness, ¿se puede enseñar en los colegios?
–Sí, con el módulo de ocho semanas de John Kabatzinn. Las dos primeras semanas son para que aprendan a observar lo concreto, la respiración, las sensaciones en el cuerpo y los sentidos.
Las tres siguientes, para aprender que "no soy mis pensamientos, tengo
pensamientos". Y las últimas para cultivar las capacidades humanas
innatas: felicidad, amabilidad, amor… y practicarlas, conmigo y con los
demás. Si nos desconectamos del estar vivo no sentimos la vida mientras
está pasando. Porque nos pasamos quince años en el colegio, estudiando y
compitiendo, pero el saber en sí mismo ya está dado.
–¡Es un gran desafío para la educación!
–Totalmente.
Por eso se habla de un cambio de paradigma. Nunca hubo una transición
tan rápida en la humanidad. El paso de la Edad Media al Renacimiento
duró varios siglos. Es mucho más grande la aceleración entre el siglo XX
y el siglo XXI. La asociación Global Education Futures
se dedica a establecer cómo podemos hacer la transición. En nuestro
país hay algunos colegios que la hacen. Es la primera vez que la
educación necesita un cambio que está en el interior de las personas y
no en una currícula, una técnica o una metodología. Hoy los docentes
tienen que trabajar la mirada interna y la capacidad de asombro,
gratitud y paz.
–¿Implica que los chicos no sean evaluados?
–Le
evaluación no está mal en sí. La clave es darle sentido al examen.
Estamos en un mundo que se tiene que correr del individualismo. La
escuela todavía enseña que si no llegás primero, el de al lado se lleva
lo que es tuyo. Hoy nos damos cuenta de que el bienestar individual
depende mucho de un bienestar común. Eso de "me siento bien y quiero
compartirlo con los demás".
–¿Y el desafío como padres?
–El 30
o 40% de las personas puede tener rasgos de atención plena naturales o
atisbos de ver la vida con más perspectiva. Sin embargo, la mayoría los
tiene que desarrollar porque está chupado por el sistema. El ritmo de
vida hoy es tan intenso que tenemos que hacer del mindfulness una práctica cotidiana, como lavarnos los dientes.
Antes no había mindfulness para niños, un padre consciente se lo
transmitía. Hoy, con el grado de vorágine y desconcentración que hay, a
los chicos les enseñamos a pausar para reconectar y tener más opciones
para seguir.
Junto con Beatriz Peco dirigen la Academia de Enseñanza Consciente que tiene sede en Holanda y aplican el método Eline Snel, basado en un libro que se hizo viral hace unos años: Tranquilos y atentos como una rana. "Es
para que padres e hijos –a partir de los cuatro años– aprendan jugando y
con cuentos. Por eso capacitamos docentes, ofrecemos talleres de
crianza y para chicos. A veces se acusa a la meditación o la atención
plena de concentrarse en uno mismo y perder contacto con lo demás. Es
totalmente al revés. Implica vivir más plenamente. No va a dejar de
existir la tristeza, ni el odio, pero puedo aprender de las emociones",
explicó.
–¿Es decir que practicar mindfulness no significa no sentir tristeza o enojo?
–Implica entender la vida en su plenitud.
Saber que hay dolor, pero voy a tener más recursos. Ver los grises. No
blanco o negro. No podemos controlar nuestra vida, pero sí aprender de
lo que trae. Así como las olas no se pueden parar, pero sí surfear.
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